Se cerró el silencio. Las palabras vuelven a brotar. Al principio forzadas, casi sin fuerza. Solo un hilo de voz. Y a menudo, con la sensación de ser algo innecesario. Sobrevalorado y sobretodo, sobreusado para camuflar un silencio incomodo. Un silencio que nos revela la verdad. Que nos obliga a escuchar esa voz revoltona que tanto nos desestabiliza y nos asusta.

Es lo hermoso de los retiros. Ese silencio exterior que te acerca al murmullo interior. Al inicio, ensordecedor, molesto, temeroso. Pero con el paso de los días, pausado, lleno de respuestas, lleno de paz.

Y que decir. Como todo retiro con sus montañas y sus llanuras. Sus lágrimas y sus alegrías. Un cara a cara con la realidad más profunda de uno mismo. Sin adornos. Sin escapatoria.  Tan difícil y sorprendente. Sorprendente porque al fin y al cabo de lo único que trata es de estar con uno mismo. Con ese ser que vaya donde vaya estará conmigo, siguiéndome como una sombra a la que trato de ignorar pero con su voz, a veces molesta, retumbando y alienando el camino

Cuando todo se calma. Cuando los sentidos se interiorizan y el silencio se hace presente todo adquiere una dimensión especial. Los olores son más fuertes. Los sabores mas intensos. Un simple paso ya es un camino en sí y el presente obtiene  su mayor estado de gracia.

¿ y tras ello?  una sonrisa. Una sonrisa sincera nacida del corazón por el simple y honorable hecho de existir.

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